COMO PÁJAROS EN EL NIDO
Era toda una primavera de promesas. Marzo, abril, arreglando la tierra. Que abrazara el grano, lo arropase, y lo hiciera brotar. Tronco fuerte, follaje vigoroso, espiga llena. Era todo un verano de esperanzas. Arando, regando, escardando. A su hora, cada cultivo, según el tiempo quisiera, pudiera, ordenara. Medrando sin prisa, al sabor de los claros de luna, en la calma sabia de los días, del calor que hacía, con la bendición de las aguas y el don de la azada. Los ojos atentos, el corazón unido a ella. Ella allí, como se quería, firme, siempre, última a morir, allí, la esperanza. Pasado Septiembre, rompiendo el silencio, los campos trazando ya otro color. Y otra vez la labranza, resiliente y alegre, dura y bella. Hombres, mujeres y niños, por el pan, por el invierno, por la vida. Del alto secadero, donde el viento sopla bien, donde las alimañas no van, y la humedad se excusa también, canta el guardián final. ¡Cosechad, cosechad! ¡Traed, traed!
Bien popular, quien lo ve, queda encantado. El Espigueiro u hórreo es típico del norte de la Península Ibérica. Símbolo de la cultura del maíz, cuanta más tierra se tenía, más hórreos obligaba. De un solo dueño o comunitarios, permiten secar y conservar las espigas, para los gastos del año. En la Península, se hace de madera y se asienta en granito, pero los hay enteramente tallados en la piedra, signo de la economía invirtiendo el poder en la durabilidad. Nosotros, dotados de esperanza y rendidos a su pintoresco semblante, no resistimos. Quisimos mostrarlo al mundo.